Hay algo más allá
Por: Hugo Rodríguez
Decidí que este lunes sería algo diferente a la dinámica que vengo manejando dentro de mis textos para Dporteando, hoy quiero platicar una historia que solo el deporte puede dejarnos y marcarnos de por vida.
Quedarse en lo conocido por miedo a lo desconocido, equivale a mantenerse con vida pero no vivir.
La costumbre
Al ser de una ciudad como Guadalajara creces con fútbol, no hay opción o mejor dicho no había alternativas ya que en mi infancia era si o si balompié (al menos en los barrios que crecí) comienzas a ver como tus compañeros de aula se van a jugar en el recreo, hablan de que pasó el fin de semana con el equipo de su preferencia y como van en su proceso de fuerzas básicas dentro de su academia.
Te pones a pensar ¿cómo la perla de occidente no podría ser el mayor semillero de futbolistas en el país? si es lo que está en boca de todos desde el más pequeño al más grande de las familias, la mayoría de hombres piensa «quiero tener un varón para meterlo a Chivas o Atlas y cuando crezca se haga futbolista para que nos saque de pobres» casi puedo garantizar que en el 90% de los hogares de lo que es la segunda ciudad más grande del país ocurre esto.
Soy el primero en nacer en la ciudad de las rosas en mi familia (materna) ya que todos vienen de un estado en el cual se puede debatir si la preferencia por el fútbol pasa a un segundo término porque dentro de sus ciudades se respira lo que es considerado «El Rey de los Deportes» hablo nada más y nada menos que del mayor exportador de alimentos de la República: Sinaloa. Mazatlecos para ser exactos y Venados por tradición; mi amor por el fútbol no fue natural, tuve que hacer labor de investigación y un arduo trabajo para comprender lo que sucedía dentro del deporte que movía mi ciudad.
Entrené en dos academias diferentes de fútbol: Atlas Paradero y Toluca Ferrocarrileros, entre los 5 y 9 años respectivamente; se me dijo desde aquellos años que probablemente lo mio no estaba dentro de una cancha (cosa que agradezco) y tuve que decirle adiós al sueño en una edad donde mi comprensión por este deporte se encontraba en pleno desarrollo pero algo me decía que si no era como futbolista algo me tenía que tener relacionado al juego de mis amores, eso es otra historia.
No te estanques
Pasaron los años y viajé a Estados Unidos en un verano de 2015 a visitar a la familia que por allá se encuentra, estaba por descubrir algo que se me había impedido por una serie de situaciones ya sea de agenda o porque en casa a pesar de que yo pedía saber más no se me dio el tiempo suficiente. Mi prima dijo que iríamos a un juego de Grandes Ligas; en ese entonces no sabía la joya de noche que viviría nada más y nada menos que un Boston-Anaheim (una fuerte rivalidad entre ambas instituciones) ella me decía que lastimosamente no era un juego de los Dodgers pero que a fin de cuentas era Béisbol (odia a los Angels) una travesía de aproximadamente una hora nos hacía llegar al Angel Stadium y era la primera vez que veía una pasión diferente a la de costumbre ya que podías ver una diversidad cultural a donde quiera que voltearas.
Entras al recinto californiano y te percatas de cómo la pasión por un equipo que no suele darle glorias a su gente los hace uno solo y esas horas que vayan a disfrutar a su club lo son todo y nada más importa en el momento; el contagio comenzaba a ser inmediato y me daba cuenta que realmente había algo más que fútbol en la vida, que para un estadounidense esto puede ser su más grande pasión. Con un chico a mediano entendimiento por el juego veía pasar las entradas, como desbordaba la emoción de los asistentes y el constante abucheo a todo aquel pitcher o bateador que portara el jersey de los Red Sox; todo indicaba que habría extrainnings ya que tras casi 9 entradas completadas no había subido una sola carrera al marcador de la casa de los Angelitos, vendría lo mejor de la noche.
El jardinero central oriundo de Nueva Jersey Mike Trout tenía su turno al bate antes de cerrar la novena entrada; Uehara de Boston tenía la responsabilidad de ponchar al 27 del equipo angelino ya que los locales tenían encima un par de outs y 1 strike en el marcador, todo estaba casi sentado para alargar las acciones. Fue entonces que con un lanzamiento de 88 millas por hora Trout acertó y envió la pelota por detrás de la valla en donde está colocada la ya conocida cascada artificial del estadio y con una afición llena de júbilo los Angels ganaban el encuentro ante uno de sus acérrimos rivales con el increíble homerun del estadounidense; había visto estadios de fútbol reventar por goles pero jamás a una multitud explotando por tal acción dentro de un campo de béisbol, tuve una sordera momentánea por los gritos que se fueron al aire, una poderosa vibración en el piso de las butacas es una sensación que no olvido y el ver como completos desconocidos se daban el hi-five festejando el acontecimiento.
Ten un diferenciador
Regresamos a casa de mis tíos e iba pensando el impactante momento que viví, ese naciente amor por una institución que es apoyada en su mayoría por ciudadanos no latinos y la idiosincrasia del club es totalmente lejana a lo que se vive con los vecinos de jersey azul; todos los deportes tienen su magia y ese día el béisbol me confirmó como una escuadra de peloteros puede enamorarte de forma casi instantánea, soy un amante del debate y llevar la contra hacia lo popular por lo que estaba más que firmado que a pesar de sus nubladas glorias deportivas me decantaba por los Angels of Anaheim.